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[...]

    Caminabanjunto a los bardalesy en el dulce atardecer las palabras del macró abrían unparéntesis de extrañeza en Erdosain. Comprendía que se encontraba junto a unavida substancialmente distinta a la suya. Entoncesle preguntó:
    ­ ¿Y cómo se inició usted en la "vida"?
    ­ En ese tiempo era joven. Tenía veintitres años yuna cátedra de matemáticas. Porque yo soy profesor ­añadió orgullosamenteHaffner­profesor de matemáticas. Con mi cátedra iba viviendocuando en unprostíbulo de la calle Rincón encontré una noche a una francesita que me gustó.Hace de esto diez años. Precisamente en esos días había recibido una herenciade cinco mil pesos de un pariente. Lucienne me agradóy le ofrecí que vineraa vivir conmigo. Tenía un cafishioel Marsellésun gigante brutala quienveía de vez en cuando. No sé si por la labiao porque era lindoel caso esque la mujer se enamoróy una noche de tormentala saqué de la casa. Fue esouna novela. Nos fuimos a las sierras de Córdobadespués a Mar del Plataycuando los cinco mil pesos se terminaronle dije: "Buenosadiós idilio.Se terminó." Entonces ella me dijo: "Nomi queridonosotros no nossepararemos más."
    Ahora iban bajo las bóvedas de verduraramasentrelazadas y ábsides de tallos.
    ­ Yo estaba celoso. ¿Sabe usted lo que es estar celosode una mujer que se acuesta con todos? ¿Y sabe usted la emoción del primeralmuerzo que paga ella con la plata del mishé? ¿Se imagina la felicidad decomer con los tenedores cruzadosmientras el mozo los mira a usted y a ellasabiendo quiénes son? ¿Y el placer de salir a la calle con ella prendida de unbrazo mientras los tiras lo relojean? ¿Y ver que ellaque se acuesta contantos hombreslo prefiere a ustedúnicamente a usted? Eso es muy lindoamigocuando se hace la carrera. Y ella es la que se preocupa de que ustedconsiga otra mujer para que la exploteella es la que la trae a su casadiciendo: "vamos a ser cuñadas"ella es la que varea a la primerizapara que levante únicamente viajes para ustedy cuanto más tímido yvergonzoso es ustedmás goza ella en destruir sus escrúpulosen hundirlo ensu basuray de pronto... cuando menos se acuerda se encuentra enterrado hastalos pelos en el barro... y entonces hay que bailar. Y mientras la mujer estámetida hay que aprovecharporque un día le da una viarazaenloquece por otroy con la misma inconsciencia con que lo siguió a usted se sacrifica de nuevo.Me dirá usted: ¿para qué necesita una mujer un hombre? Másdesde ya le diré:Ningún dueño de prostíbulo va a tratar con una mujer. Con quien trata es consu "marlu". El cafishio le da a una mujer tranquilidad para ejercer suvida. Los tiras no la molestan. Si cae presaél la saca; si está enfermaélla lleva a un sanatorio y la hace cuidary le evita líos y mil cosas fantásticas.Veamujer que en el ambiente trabaja por su cuenta termina siendo siempre víctimade un asaltouna estafa o un atropello bárbaro. En cambiomujer que tiene unhombre trabaja tranquilasosegadanadie se mete con ella y todos la respetan.Y ya que ellapor un motivo o por otroeligió su vidaes lógico que por sudinero pueda darse la felicidad que necesita.
    Claropara usted todo esto es nuevopero ya se va a irhaciendo. Y si nodígame: ¿cómo explicar que haya fioca que tenga hastasiete mujeres? El tano Repollo llegó en sus buenos tiempos a tener once mujeres.El gallego Julioocho. No hay francés casi que no tenga tres mujeres. Y ellasse conoceny no sólo se conocensi no que saben vivir juntas y rivalizan enquién le da másporque es un orgullo ser la preferida de un hombre que lossosiega a los pesquisa más prepotentes de una sola mirada. Y pobrecitassontan locasque uno no sabe si compadecerlas o romperles la cabeza de un palo.
    Erdosain se sentía anonadado por el desprecioformidable que ese hombre revelaba hacia las mujeres. Y recordaba que en otraoportunidad el Astrólogo le había dicho: "El Rufián Melancólico es untipo que al ver una mujer lo primero que piensa es esto: Éstaen la callerendiría diez o veinte pesos. Nada más."
    Y ahora sintió Erdosain que el hombre le repugnaba.Para cambiar de conversacióndijo:
    ­ Dígame... ¿Usted cree en el éxito de la empresadel Astrólogo?
    ­ No.
    ­ ¿Y él sabe que usted no cree?
    ­ Sí.
    ­ ¿Y por qué usted lo acompaña?
    ­ Yo lo acompaño relativamentey de aburrido queestoy. Ya que la vida no tiene ningún sentidoes igual seguir cualquiercorriente.
    ­ ¿Para usted la vida no tiene ningún sentido?
    ­ Absolutamente ninguno. He organizado toda mi vidacomo la de un industrial. Todos los días me acuesto a las doce y me levanto alas nueve de la mañana. Hago una hora de ejerciciome bañoleo los diariosalmuerzoduermo una siestaa las seis tomo el vermut y voy a lo del peluqueroa las ocho cenodespués salgo al caféy dentro de dos añoscuando tengadoscientos mil pesosme retiraré del oficio para vivir definitivamente de misrentas.
    ­ Y en realidad¿cuál va a ser su intervención enla sociedad del Astrólogo?
    ­ Si el Astrólogo consigue dineroguiarlo en la juntade mujeres y en la instalación del prostíbulo.
    ­ Pero usteden su interior¿qué piensa del Astrólogo?
    ­ Que es un maniático que puede o no tener éxito.
    ­ Pero sus ideas...
    ­ Algunas son embrolladasotras clarasy francamenteno sé hasta donde quiere apuntar ese hombre. Unas veces usted cree estar oyendoa un reaccionariootras a un rojoya decir verdadme parece que ni élmismo sabe lo que quiere.
    ­ ¿Y si tuviera éxito...?
    ­ Entonces ni Dios sabe lo que puede ocurrir. ¡Ah!apropósito¿usted le habló de cultivos de bacilos del cólera asiático?
    ­ Sí... sería un magnífico medio de combate contrael ejército. Desparramar un cultivo en cada cuartel. ¿Se da cuenta? Simultáneamentetreinta o cuarenta hombres pueden destruir el ejército y dejar que las masasproletarias hagan la revolución...
    ­ El Astrólogo lo admira mucho a usted. Siempre me hahablado de usted como de un individuo que tiene grandes posibilidades de éxito.
    Erdosain sonrió halagado.
    ­ Síalgo estudia uno para destruir esta sociedad.Pero volviendo a lo de antes: lo que yo no concibo es su posición respecto anosotros...
    Haffner se volvió rápidamentemidió de una mirada aErdosain como extrañado por los términos de éstey luegosonriendoburlonamenteagregó:
    ­ Yo no estoy en ninguna posición. Entiéndame bien. Amí no me perjudica ayudar al Astrólogo. Lo demássus teoríaslas tomo comoa cuenta de conversación. Él es para mí un amigo que piensa instalar unnegocioprevisto y tolerado por nuestras leyes. Eso es todo. Ahoraque eldinero que él gane con ese negocio lo invierta en una sociedad secreta o en unconvento de monjaspersonalmente no me interesa. Ya ve usted que mi actuaciónen la famosa sociedad no puede ser más inocente.
    ­ ¿Y a usted le resulta lógico pensar que unasociedad revolucionaria se base en la explotación del vicio de la mujer?
    El Rufián frunció los labios. Luegomirando de reojoa Erdosainse explicó:
    ­ Lo que usted dice no tiene sentido. La sociedadactual se basa en la explotación del hombrede la mujery del niño. Vayasiquiere tener consciencia de los que es la explotación capitalistavaya a lasfundiciones de hierro de Avellanedaa los frigoríficos y a las fábricas devidriomanufactura de fósforos y tabaco. ­Reía desagradablemente al decirestas cosas­. Nosotroslos hombres del ambientetenemos una o dos mujeres;elloslos industrialesa una multitud de seres humanos. ¿Cómo hay quellamarles a esos hombres? ¿Y quién es más desalmadoel dueño de un prostíbuloo la sociedad de accionistas de una empresa? Y sin ir más lejos¿no le exigíana usted que fuera honrado con un sueldo de cien pesos y llevando diez mil en lacartera?
    ­ Tiene razón... pero entonces¿por qué me facilitóel dinero?
    ­ Eso es harina de otro costal.
    ­ Pero a mí me preocupa.
    ­ Buenohasta la vista.
    Y antes de que Erdosain pudiera contestarleel Rufiántomó por una diagonal arbolada. Andaba apresuradamente. Erdosain le miró uninstanteluego echó a caminar tras ély le alcanzó junto a una esquina.Haffner se volvió irritadoy ya estridente exclamó:
    ­ ¿Se puede saber qué es lo que quiere usted de mí?
    ­ ¿Lo que quiero?... Quiero decirle esto: Que no leagradezco absolutamente nada del dinero que me ha dado. ¿Sabe? ¿Quiere elcheque? Aquí lo tiene.
    Yefectivamentese lo alcanzabapero el Rufián loexaminó esta vez despreciativamente:
    ­ No sea ridículo¿quiere? Vaya y pague.
    Los alambrados ondularon ante los ojos de Erdosain. Sufríavisiblementeporque palideció hasta quedar amarillo. Se apoyó en un postecreía que iba a vomitar. Haffnerdetenido frente a élle preguntócondescendiente:
    ­ ¿Se le pasa el mareo?
    ­ Sí... un poco...
    ­ Usted está mal... tiene que hacerse ver...




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